06 marzo 2008

sobre el DERECHO A DECIDIR, reflexiones

jueves 6 de marzo de 2008

sobre el DERECHO A DECIDIR, reflexiones

Queridos Burdiñol@s:
Mikel ha colocado en el blog de BURDIÑA (http://burdin.blogspot.com) un comentario sobre el DERECHO A DECIDIR al que hago algunas consideraciones. Teóricamente la extensión absoluta de la facultad de decisión a todo ser humano parece un planteamiento ideal, pero la realidad es otra y en todos los tipos de sociedades debe regularse este derecho de manera que la libertad de unos no dañe las voluntades de otros. Como nuestra sociedad lleva muchos siglos de convivencia los usos presentes provienen del pasado para proyectarse en un futuro que nosotros mismos vamos generando y ni Dios sabe como acabará.
Como la mayoría no acostumbra a moverse por el blog, reproduzco aquí mi texto.

Ignacio

EL DERECHO A DECIDIR

En el antiguo régimen feudal de la Edad Media, los señores y con ellos todos los moradores en su señorío, juraban fidelidad a una autoridad superior (Rey, Príncipe o Gran Duque) que en ocasiones había sido aupado a esa dignidad por los propios señores o bien habían recibido su territorio del mismo. Pero a la vez tenían la facultad de DESNATURARSE, es decir salirse de una para adscribirse a otra fidelidad en los casos de incumplimiento, daño o felonía de la autoridad superior o por estrategia política propia. Claro que con frecuencia las reacciones no eran nada recomendables.
¿Equivaldría esta facultad a un cierto DERECHO A DECIDIR por parte de colectivos modernos, dado que actualmente no sufrimos señores feudales que tomen las iniciativas por nosotros? Los argumentos son complejos, pues el desarrollo de los Estados (estables) europeos a lo largo de siglos ha consolidado unas relaciones internacionales muy difíciles de romper desde cada uno de sus componentes. Otra cosa es en los agrupamientos artificiales, más o menos traumáticos, realizados a partir de finales del siglo XIX y sobre todo como consecuencia de las grandes guerras mantenidas en Europa a lo largo del siglo XX.
Es curioso percibir la fuerte cohesión entre los Estados Norteamericanos a pesar de las enormes diferencias administrativas, educativas, sociales, obras públicas, poblacionales, económicas, legales y policiales que hay entre ellos. Salvo algún conato en Texas al inicio de su integración, nunca se perciben vientos de descomposición ni siquiera en lugares tan lejanos como Hawai o Alaska, y es testimonial en Puerto Rico. Suiza, por ejemplo, aunque soporte ciertas rivalidades cantonales, supo aglutinar hace más de 700 años gentes e idiomas tan dispares como francés, alemán e italiano en una empresa común. Alemania ha recompuesto una federación moderna desde el mosaico de pequeños estados del siglo XVIII tras pasar por difíciles períodos de imperio y dictadura. Son España, Reino Unido, Bélgica, Francia y algo menos Italia, los Estados más afectados por problemas internos, más o menos intensos, de planteamientos para autogobiernos o separatismos diversos.
Visto el panorama, las cuestiones básicas serían:
- ¿Debe enfocarse una pregunta sobre la capacidad de decisión desde la base poblacional (referendums) o, por el contrario, esperar a que los grandes Estados europeos decidan estructuras confederales de comunidades menores más ajustadas a colectivos culturales, idiomáticos o étnicos (cuidado con este último concepto)?
- En caso de poner en marcha la pregunta, ¿cuál o cómo debería ser formulada, qué mayoría de participación o de resultado podría darle validez y qué consecuencias desarrollaría para esa mayoría y para la minoría resultante?
- Como la decisión europea indicada en la primera cuestión es improbable que se lleve a efecto en muchos años o quizá siglos, ¿deben las comunidades más deseosas de manejar su propio destino intensificar sus actuaciones discriminatorias para irse diferenciando progresivamente aun más del Estado que las contiene, llegando al máximo enfrentamiento posible? ¿Hasta donde sería tolerable la violencia de este enfrentamiento?
- Dada la cada vez mayor movilidad poblacional existente, no solo entre europeos, sino de incorporación a Europa de no ciudadanos de la Unión, como africanos, eslavos, suramericanos, etc. ¿cómo conjugar los enfoques políticos localistas con una globalización humana tan intensa? ¿qué proporción de nativos puede imponer su cultura y su proyecto político a los foráneos?
Como podemos apreciar no es sencilla la respuesta a estas preguntas, entre otras muchas que pudieran plantearse. Sobre todo porque es difícil un debate sereno sobre casi todos estos temas, donde se juega no solo una idea conceptual y filosófica, sino ambiciones de poder que además casi siempre aportan sustanciales beneficios económicos personales o partidistas.